11 January, 2010

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En “Los Intrusos,” de Marta Mercader, la escritora adapta un cuento famoso de Borges para comentar sobre el maltrato a las mujeres, en general. En su versión, los datos y personajes son casi exactos. Pero la manera en que modifica las frases del cuento original es más poderosa para dar voz a Juliana Borgos, la mujer maltratada.

Mercader casi cita exactamente párrafos de Borges en su historia. En el cuento de Mercader, cuando el hermano mayor se despide de su hermano, en lugar de “no de Juliana que era una cosa,” (Borges, 1026) dice, “Los hombres no se despiden de las cosas.” (Mercader, 143). Este cambio es importante porque revela la perspectiva femenina. Los sujetos, los que impulsan la acción , son “los hombres.” En “La Intrusa,” para reducir la posición de la mujer, el narrador simplemente le llama a Juliana “una cosa.” En la otra versión, las acciones de los hombres revelan esta falta de individualidad. Es decir, que a los hombres no les importan todas “las cosas,” las mujeres.

En otro párrafo se cambia algo más obvio. En el relato original, se dice que durante el discurso entre Cristián y Eduardo, Juliana “se acostó a dormir. “ (Borges 1027). Pero en la otra versión se dice que “se fue a su cuarto para rumiar en soledad. “ (Mercader 145). Esta frase le da más poder a Juliana. En “Los Intrusos,” Juliana no es una mujer que tiene sueño, sino un individuo que prefiere pensar en su futuro en soledad.

Los diferencias, a primer vista, parecen insignificantes pero después de examinar las palabras modificadas, revelan una mujer humana. En “La Intrusa,” Juliana es una cosa que “se acostó a dormir.” Los cambios sutiles son más poderosas porque el lector reexamina las frases del relato de Borges desde una perspectiva nueva.

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Algunos escritores emplean ciertas palabras para llegar a una forma lógica y narrar aspectos de la historia. Gabriel García Márquez emplea una forma distinta en “Un señor muy Viejo con unas alas enormes,” para avanzar y distinguir entre las opiniones de la varios personajes y establecer el mundo gris en el que se mezcla lo real con el elemento insólito.

La historia tiene que ver con un Viejo que tiene alas. Cuando lo descubre Pelayo, el “gallinazo” esta descrito con palabras como “ensopado,” “náufrago solitario,” y con “cráneo pelado.” Estas frases son, más o menos, neutrales y apoyadas por la descripción más que por la opinión. Cuando Pelayo trae a el gallinazo una vecina que “sabe todas las cosas,” hay una fractura en esta neutralidad. Ella decide que el Viejo es un ángel. Los siguientes párrafos contienen palabra como “conspiración celestial,” “vigilar” y “ fugitivos.” Esto representa el saber popular, que la criatura tiene que ser tal ángel. Pero el narrador utiliza una fractura más en la opinión para subrayar los pensamientos del cura Gonzaga. Después de algunas observaciones, el cura anuncia que no puede ser un ángel y sigue llamándolo un “demonio que tiene mala costumbre.” El narrador usa esta forma de fracturas en los pensamientos anteriores para distinguir entre las opiniones diferentes y jugar con los argumentos de los personajes.

La forma del narrador establece un mundo en el que conviven lo insólito y lo real. En el mundo del cuento, el tratamiento al gallinazo cambia gradualmente. No sabemos que tiene alas hasta la última palabra del primer párrafo. Esto enfaziza la característica extraña y la hace más creíble. Además, los personajes gradualmente aceptan al gallinazo pero sin énfasis. Pelayo está “asustado por aquella pesadilla,” en el segundo párrafo pero eventualmente “se atreve a hablarle.” En el próximo párrafo está “vigilándolo (al gallinazo) toda la tarde.” Este cambio tiene lugar gradualmente pero ocurre sin énfasis.” Esta forma de introducir al lector en lo raro e insólito poco a poco, presenta un mundo en el que lo real y lo irreal pueden coexistir.

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Tres…En este escalón esperaba yo con mi hermana, la madrugada de casa Navidad. Nos levantábamos a las seis para ver si nos visitaba Papá Noel. Claro, nuestros padres insistían que no fuéramos al salón. Por eso, nos quedamos al tercer escalón tratando de echar un vistazo a los regalos de Papá Noel. Sospechábamos que me dejó un videojuego. Seguramente, una muñeca de peluche esperaba el abrazo de mi hermanita. “¿Podemos mirar ahora?” persistíamos. Cuando nos dijeron que sí, comenzaba la carrera al árbol navideño.

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